martes, 8 de marzo de 2011

Día cuarentaiuno: De batallas de harina

Anoche fui al pueblo de Verín, fronterizo con Portugal, para celebrar el último día de Carnaval. Al llegar a la plaza, nos percatábamos que estaba totalmente cubierta con una capa no muy fina de harina de trigo. A su vez, la gente que bailaba al son de un paso doble, estaba de pies a cabeza empanada. No dudé por un segundo soltar mi bolso, quitarme el abrigo y unirme a la gran batalla campal de harina.

Tomaba puños de harina y se la tiraba al primero que me pasara por el lado, desde echársela dentro de la camisa a algún despistado, hasta llenarle la peluca a alguna borracha sentada en un banco. Me sentía como pez en... bueno, harina. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto. Corrí toda la plaza llenándole la cara a todos de harina, mientras los ataques me eran vagamente reciprocados. Sentía que iba ganando. Había llenado a todo Verín de harina... hasta que llegó mi contrincante: un enano vestido de constructor.


Tenía que tener como máximo unos seis años. Llegó con un balde lleno de harina y me lo viró completo en el pelo. Le grité: "¡Mira, piojo!" Su contestación fue reirse a carcajadas y un insulto en gallego que no entendí, excepto por la palabra "carallo". A mí hasta coraje me dio.

Cuando estuve de regreso en Santiago, me enteré de lo que aconteció en la Upi. Comprendí al enano.

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