Luego de visitar las impresionantes dunas del Sáhara y pisar el terminal de Ryanair en el aeropuerto de Barajas, aún estaba comenzando mi viaje de regreso a Galicia: todavía restaban las ocho horas de viaje en tren a las que ya me he acostumbrado y francamente, de las que me he enamorado. Sin embargo, en el momento en el que llegué a la estación de Chamartín donde tomo el Talgo de camino a "casa", supe que este viaje sería diferente.
Me senté a esperar que las pantallas gigantes del vestíbulo anunciaran de qué vía partiría el tren y lo vi: acompañado por su corillo de alcahuetes y dos guardias privados, estaba Pepe Blanco, Ministro de Fomento y Vicesecretario General del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Muy rápidamente se lo llevaron a los andenes... la realidad del asunto es que no sé si iba en el mismo que yo, porque igual si así fuese el caso, no iría en clase turista.
Minutos después, ya montada en el tren, vi a dos muchachos grandes con pinta evidente de encubiertos. "Perseaera", pensé. Pero de repente vi cómo sacaron del vagón anterior mío a un señor asiático. Deduje inmediatamente que seguro el tipo había estado molestando a alguno de los pasajeros y seguí leyendo a la Luxemburgo... y llegaron.
Muy silenciosamente se acercaron a la muchacha que estaba al lado mío. Yo casi no podía escuchar lo que le decían e hice un gran esfuerzo por enterarme mientras los otros pasajeros continuaban leyendo tranquilamente sus periódicos o mirando por la ventana demasiado fijamente. Muy amablemente, casi con cariño, le pedían su documentación. Le preguntaban hacia dónde iba y a qué. Le hicieron diez preguntas más de las cuales no pude escuchar la mitad, y se fueron a la siguiente fila a hacer lo mismo con una pareja de rumanos. La muchacha dominicana se viró hacia la ventana y comenzó a llorar.
Me senté a esperar que las pantallas gigantes del vestíbulo anunciaran de qué vía partiría el tren y lo vi: acompañado por su corillo de alcahuetes y dos guardias privados, estaba Pepe Blanco, Ministro de Fomento y Vicesecretario General del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Muy rápidamente se lo llevaron a los andenes... la realidad del asunto es que no sé si iba en el mismo que yo, porque igual si así fuese el caso, no iría en clase turista.
Minutos después, ya montada en el tren, vi a dos muchachos grandes con pinta evidente de encubiertos. "Perseaera", pensé. Pero de repente vi cómo sacaron del vagón anterior mío a un señor asiático. Deduje inmediatamente que seguro el tipo había estado molestando a alguno de los pasajeros y seguí leyendo a la Luxemburgo... y llegaron.
Muy silenciosamente se acercaron a la muchacha que estaba al lado mío. Yo casi no podía escuchar lo que le decían e hice un gran esfuerzo por enterarme mientras los otros pasajeros continuaban leyendo tranquilamente sus periódicos o mirando por la ventana demasiado fijamente. Muy amablemente, casi con cariño, le pedían su documentación. Le preguntaban hacia dónde iba y a qué. Le hicieron diez preguntas más de las cuales no pude escuchar la mitad, y se fueron a la siguiente fila a hacer lo mismo con una pareja de rumanos. La muchacha dominicana se viró hacia la ventana y comenzó a llorar.
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