sábado, 11 de junio de 2011

Día ciento cuarenticuatro: Impotencia

Los primeros días que estaba acá, veía las noticias de la huelga de la UPR y me sentía terrible. Si era difícil ver cómo arrestaban a tus hermanos, a tus compas, cuando estabas al lado de ellos en el momento en que sucedió, más difícil fue vivirlo en la distancia con el horroroso sentimiento de no poder hacer absolutamente nada. No es como si en Puerto Rico se hubiese podido hacer mucho más, pero al menos tenía la sensación reconfortante de cantar con rabia a través del megáfono. Aquí acusaban a mis compas de cargos graves y yo tenía que salir a la calle y ver a la gente funcionar normalmente. Era un sentimiento parecido a ir a Plaza las Américas durante la huelga: sorprenderte de que había gente viviendo de una manera absolutamente cotidiana. Gente que podía sentarse en la sala de un cine a ver una película sin recibir diez mensajes de texto paranoicos o convocando a reuniones. Gente que compraba comida en La Terraza sin sentirse culpable porque en los portones no había ni galletas Export Soda


Hoy reviví esa terrible sensación, pero en mi propia casa. Me levanté por la mañana, me serví mi cereal Eroski y me senté a revisar mis apuntes para un examen. Entré al internet a enterarme qué había pasado durante la noche en Puerto Rico, pero me quedé local. La policía nacional apaleaba a la gente en Madrid. Los manifestantes se sentaban en el piso y los sacaban a patadas. Yo, sentada, observando la pantalla sintiéndome absolutamente furiosa, impotente y horrorizada (porque por alguna razón, uno puede vivir estas cosas mil veces y le siguen doliendo como la primera). Mi compañera de cuarto pasándose plancha, pintándose las uñas y cantando Don Omar. 

Sentí un coraje gigantezco. ¿Cómo puede estar concentrándose en nimiedades cuando ocurren estas cosas en su propio país? ¿Cómo alguien que lleva aquí cinco meses llora de rabia al ver esto y ella está preparándose para salir a almorzar con sus amigas? De repente, esa rabia se convirtió en sentimiento de culpa. Yo no había hecho absolutamente nada desde que estaba aquí para explicarle lo que ocurría. 

Me levantaba para ir a Asambleas, para repartir algún que otro boletín, para debatir ferozmente con otras organizaciones políticas, pero llegaba a casa y no lo mencionaba una sola vez. Todos los días convenzo gente en la calle a que la tome, a que se apropie de ella, y yo no he sido capaz de hacerlo en mi propia casa.

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